Relato 1:
Descubrí los cerros color azul a la edad en que se aprenden los colores. Las montañas se pintaban marrones o verdes. Y de pronto, en un viaje con la familia, divisé cerros azules.
Esa imagen se quedó en mí para siempre. Como la certeza de que nada es imposible, ni siquiera montañas azules…
Muchas veces visitamos con mi familia esos parajes hasta mi adolescencia.
Después, la vida me llevó por otros caminos, ni mejores ni peores, otros.
Al conocer a Mi Amor, una de las cosas que quise mostrarle de mi tierra, eran “mis” cerros color azul.
Nos casamos.
Y planeamos nuestra luna de miel en Tucumán, la provincia argentina en la que crecí, con un recorrido por los Valles Calchaquíes.
Y, por supuesto, visitar “mis cerros azules”.
Fuimos recibidos por la maravillosa familia que tenemos en San Miguel.
Y después de un fin de semana intenso, emprendimos viaje a los Valles Calchaquíes.
Nos empapamos de naturaleza en la Quebrada de los Sosa, con su río de montaña.
Nos deleitamos con las vistas del monumento al indio.
Y en Tafí del Valle.
Cruzamos El Infiernillo con mucha niebla y frío. En sus 3.042 metros de altitud, saludamos a Cacho, una llama que debe ser su habitante más pintoresco.
Y sobre la media tarde, los divisamos: mis entrañables cerros color azul.
Las fotos poco pueden captar la inmensidad de esas montañas. No muy altas, azules en la lejanía, bañadas por un sol espléndido a pesar del frío de la tarde.
Volví a percibir esa sensación de que, si nos lo proponemos, nada es imposible: si existen cerros azules…
Debemos luchar por lo que creemos justo y verdadero. Quizás no lograremos todo lo propuesto, pero por poco que consigamos, será gratificante.
Unirnos para intentar poner nuestro granito de arena en ayudar a otras personas a progresar en este mundo que parece haber olvidado que lo más importante que tenemos es la humanidad.
Nos detuvimos en el Parque Nacional Los Cardones, donde visitamos al abuelo de los cardones. Le calculan entre 250 y 300 años.
Seguimos nuestro camino y llegamos a Amaicha del Valle casi al anochecer y con mucho frío.
Pasamos la noche en una acogedora casa del pueblo donde, al día siguiente, nos ofrecieron un delicioso desayuno con productos locales al calor de una estufa de leña.
Visitamos en Amaicha el Museo de la Pachamama. Es un proyecto del artista salteño Héctor Cruz en el que no participaron arquitectos y que representa, con elementos de la región, el culto andino hacia la Madre Tierra.
Es un sitio espacioso, como el entorno en que se emplaza, con esculturas de la Pachamama (Madre Tierra), el Inti (dios sol), Quilla (la diosa luna) y otras representaciones de las culturas calchaquíes. Todo realizado en piedra de la región y rodeados de cardones, cactus y vegetación autóctonos.
El guerrero Dios de la sabiduría. El shaman.
Guardián de la Luna.
La mesa de los encuentros con 12 sillas realizada en cuarzo blanco y con mucha simbología, nos impactó. Sentados en el lugar, pudimos sentir esa energía que emana de las piedras y de toda la representación sanadora del conjunto. Mesa redonda, sillas iguales, nadie es mejor que otro. Solo la Madre Tierra, el Sol y la Naturaleza nos rigen. Y Dios por encima de todo.
En un pabellón cerrado, de Antropología, había maquetas de las culturas aborígenes de la región.
En otro, de Geología, información sobre la minería de la región. El túnel de una mina, nos hizo sentir mineros…
También, en dos salas de arte: pinturas, esculturas, cerámicas y tapices del mismo autor.
Seguimos camino hacia las ruinas de Quilmes.
La llamada ciudad sagrada de Quilmes, son los restos del asentamiento prehispánico más grande conocido de Argentina. Ocupa más de 30 hectáreas al pie del cerro Alto del Rey. En su apogeo, la ciudad albergó a más de 10.000 personas.
Resistieron a los conquistadores españoles hasta 1.667, año en que fueron derrotados y obligados a abandonar este lugar y marchar a pie hacia el sur de la provincia de Buenos Aires, a 1.000 kilómetros de sus tierras.
El lugar es sobrecogedor por su inmensidad. La zona que se visita, fue reconstruida para los turistas, pero el conjunto que se ve, montaña arriba, es hermoso, majestuoso.
También aportamos a la apacheta nuestra piedra…
El museo y centro de información del lugar está muy bien logrado. Para que, el que no conoce la historia de los Quilmes, se informen de la importancia de esta tribu que habitó estas tierras desde el siglo X, llegados del Alto Perú.
También se muestran artesanías, ropas, material de labranza, armas y utensilios cotidianos.
Dejando atrás la ciudad indígena y su historia, nos dirigimos a Cafayate.
Pero ese es otro relato…